El pecado no existe porque Dios no ve. La noche previa al martes 13, la ciudad de Ayabaca vive su tiempo santo: el Señor Cautivo de Ayabaca duerme en su santuario, mientras sus creyentes beben cañazo y bailan sin pudor en las calles. Algunas parejas retozan en las carpas de playa que han instalado frente al templo y hay quienes se identifican como ex delincuentes para pedir, por las buenas, algo de dinero para comer. Las grandes cruces de madera que los peregrinos han traído hasta aquí desde diversas partes del país reposan con las ruedas apuntando al cielo.
En el exterior del templo, en medio de ese bullicio que tiene como música de fondo las cumbias de moda, cientos de fieles optan por descansar, pues mañana habrá misa, y si Dios quiere, la procesión que esperan no se suspenderá como medida de prevención ante la gripe AH1N1.
El martes 13 llega y la eucaristía reúne a seguidores del Señor Cautivo de Ayabaca que visten como él, a discapacitados, a padres de familia que llevan en brazos a sus hijos enfermos y a las madres de algunos presos. Un anciano lloroso sostiene en las manos diez velas: una por cada petición que le hará a la venerada imagen. Antes de encenderlas se pasa las velas por la cara, las humedece con sus lágrimas y sudor.
CONTACTO DIVINO
Los vendedores ofrecen pedazos de algodón para tocar con ellos el rostro de la efigie que desde 1755 concita en esta provincia piurana una de las devociones religiosas más importantes del Perú. Este año, pese a la alerta por la influenza AH1N1, ha reunido a más de veinte mil fieles.
Un hombre rebusca no sé qué en mi mochila, en medio de una multitud que reza con los ojos clavados en esa hermosa imagen de madera. Todos, juntos y revueltos, celebran cuando las autoridades eclesiásticas de la región anuncian que habrá procesión.
“Los seguidores del Cautivo de Ayabaca son parte de la iglesia cultural, un sector que, entre otras características, no ha tenido ni tiene suficiente formación en catequesis, doctrina cristiana y en la lectura de la Biblia, por lo que viven su religiosidad a través de la devoción de imágenes [...] para hacer efectiva su relación con lo sagrado”, sostiene el antropólogo José Sánchez, especialista en religiosidad popular de la jesuita Universidad Antonio Ruiz de Montoya, sobre aquellos ritos que se practican en Ayabaca.
UNA FIEL FELIGRESÍA
Al mediodía del martes 13 se inicia la procesión y los peregrinos, aquellos que han arribado a Ayabaca tras largas caminatas, cobran protagonismo al iniciar el rito más conocido entre los devotos del Cautivo: arrastrarse por los caminos de tierra y piedras del pueblo durante varios kilómetros como pago por el milagro concedido. En la boca llevan estampas religiosas.
Tras dos kilómetros de sacrificio por los suelos, un joven muestra sus codos y rodillas sangrantes. Ha concluido una transacción comercial: este ha sido el sacrificio pagado por otro devoto que pedirá a cambio un milagro.
Y, mientras tanto, otros fieles pugnan para que sus botellas de agua, imágenes religiosas, rosarios, copos de algodón, cruces y detentes toquen la venerada imagen.
“La necesidad de establecer contacto con la imagen se entiende al considerar que es un símbolo de lo sagrado, capaz de compartir propiedades sagradas y sobrenaturales”, señala José Sánchez.
La procesión durará cuatro horas más. Luego, la efigie de madera oscura, o “mi Cautivito”, como muchos lo llaman, volverá a su templo, donde un par de hombres, lampa en mano, pugnan por retirar del piso la cera derretida de las velas.
El obispo de la diócesis de Chulucanas, Daniel Turley, está satisfecho de la feligresía que sigue al Señor de Ayabaca. “Tengo más de 40 años acompañando al Señor de Ayabaca y puedo decirle que cada vez son más los devotos que siguen a Cristo Cautivo todo el año y no solo unos cuantos días. Es cierto que hay unos cuantos que necesitan entender mejor lo que significa ser peregrino del Cautivo, pero no es la mayoría”, sostiene monseñor Turley.
UN MILAGRO QUE SE REPITE
El miércoles 14 la fiesta continúa. El dueño de un hotel abarrotado de fieles observa a los devotos que en el último día de festejo en honor al Cristo de Ayabaca aún pugnan por entrar en su templo. “Sin el Cautivo, Ayabaca no tendría nada”, reflexiona en voz alta.
Quizás esa multitud peregrina, proveniente de diversas ciudades del Perú y del Ecuador, sea el milagro más tangible del Cautivo. Año tras año ellos siguen llegando, pese a que el camino desde la ciudad de Piura es difícil; aunque los hospedajes y restaurantes dupliquen sus precios y Ayabaca viva entre apagones y con dos horas diarias de agua potable. Es un sacrificio que muchos están dispuestos a pagar por tocar a este Cristo Moreno que, por extraños designios, apareció en Ayabaca en 1751.
Dicen que Dios sabe por qué hace las cosas.
Fuente: El Comercio Peru
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